Héctor D. León J.
1. Acotación al tema
¿Qué significa hablar de la ética de las campañas electorales? En primer instancia
una precisión que tendríamos que hacer es que las campañas no las realizan sólo los
partidos políticos y sus candidatos, tampoco de manera exclusiva las instituciones
electorales(como el IFE o los diversos institutos o comisiones locales), sino en lo general la sociedad toda, pasando por cúpulas empresariales, poderes fácticos como los monopolios
televisivos y por supuesto por la acción (u omisión) de ciudadanos y no ciudadanos, entre estos últimos podemos contar, por ejemplo, a los niños cuyas maestras afanosamente les ponen como tarea la realización de banderitas para amenizar el mitin del candidato o una lista interminable de no ciudadanos(1)que aportan pequeños o significativos recursos (de diversas especie) para que esas campañas se realicen. En suma, hablar de campañas, no es hablar de las acciones de los así conocidos como políticos, las campañas electorales de algún modo las hacemos todos.
Segundo, en la configuración que hemos hecho de este país, la democracia que tanto nos ha constado y que no acabamos de madurar, exige que para arribar a un puesto de público o para beneficiarse de él, tengamos que hacer campañas y estas se realizan sí de manera intensificada en tiempos electorales pero no de manera exclusiva, la promoción de una persona, de un partido, de un gueto, una cúpula o una tribu, el pacto o la concertación, no se realizan nunca exclusivamente en los así llamados “tiempos electorales”, en el marco de la ley, no necesariamente. Por el contrario, en democracias liberales, con reglas abiertas y ambiguas, como la nuestra, no hay un tiempo exclusivo para la alianza electorera, para la concertación o el pacto, para el negocio de la política, para la autopromoción (cínica y ambiciosa), en fin para el establecimiento de relaciones clientelares; tengamos en cuenta que los mercados funcionan en cualquier tiempo, cualquier tiempo es bueno para los negocios. Y en México los procesos electorales, las campañas entrañan esas lógicas mercantiles.
Las campañas electorales son acciones, decisiones u omisiones, de los diversos actores que promueven a otros o a sí mismos a fin de captar el voto electoral que les garantice la ostentación del poder público. Estas acciones, cada una de ellas, como cada acción humana, entrañan una moralidad, misma que requiere ser valorada éticamente.
2. ¿Ética o moral?
Hechas las necesarias acotaciones, es necesario cuestionarnos si en las campañas electorales, las que realizan los partidos y sus candidatos, a las que damos cabida todos, en ellas ¿hay ética? ¿Podemos hablar de la ética de las campañas? Personalmente creo que no, podemos hablar la moral de las campañas, y muy poco o casi nada, de ética.¿Por qué? Me explico. Creo que hay una confusión generalizada porque utilizamos los términos moral y ética indistintamente como si fueran lo mismo y no necesariamente lo son.
La palabra ética procede del vocablo griego ξθος (éthos). El término tiene dos significados: el primero y más antiguo: πηγη = Pegé, significaba "residencia" "morada" "lugar donde se habita". Tener pegé puede significar tener referentes, un horizonte, un lugar donde volver la mirada, un fundamento, un suelo firme. El segundo Χρακτηρ = Kharaktér: es la fuente de la vida, de la que manan los actos singulares, por esto también significa "modo de ser" ó "carácter". Alguien que tiene carácter es alguien que se sabe conducir por la vida; alguien que tiene éthos es alguien que tiene un hábito bueno, es decir, que es virtuoso, que hace y sabe hacer el bien.(2) Esta precisión es relevante para lo que aquí nos proponemos.
De este modo fue como los griegos entendieron la palabra ética pero cuando la cultura romana intentó traducir al latín ξθος griego, se topó con que no había una palabra para traducir el doble significado y encontró en la palabra mos o mores, que significa "costumbre" la mejor forma de traducir ambos significados pero con el paso del tiempo, la ética quedó reducida al mero cumplimiento de la costumbre, llegado el tiempo se juzgó que alguien era ético en la medida que se guiaba por el cumplimiento de la costumbre, de lo establecido o lo normado. Así con esta traducción se perdió el rico significado de la palabra griega ξθος.
A partir de este análisis etimológico, lo que podemos deducir es que el problema radica en que se puede ser muy moral siguiendo una costumbre o cumpliendo una norma pero eso no necesariamente significa hacer el bien, es decir, el reduccionismo que se provoca con la traducción del ethos griego por el mos latino consiste en que ser moral es algo que se reduce al cumplimiento de lo normado, de lo que una sociedad (o un colectivo humano) determina como bueno y, es obvio que no necesariamente lo que una sociedad juzga que es bueno, lo es. Por ende, hoy no podemos hablar de qué ética y moral son lo mismo, porque en su origen no lo fueron. La confusión generada con ese reduccionismo nos obliga a volver al origen etimológico para resignificar lo que entendemos tanto por ética como por moral.(3)
A partir de lo anterior, podemos entender a la ética, en cuanto que disciplina filosófica, como la reflexión argumentada sobre las morales humanas, sobre la moralidad humana. Su principal trabajo es validar las teorías morales, analizarlas y enjuiciarlas. La ética se pregunta por las consecuencias de seguir una moral, si tal o cual moral humaniza o no al hombre.(4) La moral la entendemos principalmente como un conjunto de reglas, normas o principios que rigen el actuar humano.(5) De acuerdo con estas precisiones lo que tenemos es que todo lo que hacemos puede ser muy moral y al mismo tiempo carecer de ética. Para que una moral funcione, para que cumpla su cometido (en el fondo el objeto último de la moral es el bien, el bien que humaniza a los hombres) requiere permanentemente someterse a una valoración ética.
Sentadas estas precisiones es entonces que podemos afirmar que lo que hay en el ejercicio político, o mejor en la práctica electorera que ostenta el poder, es una moral y no una ética.
3. La moral de las campañas
Si la ética la entendemos como la reflexión o el análisis de la moral, de lo que vivimos a diario, pareciera que eso es lo que menos sucede en la vida política, en las campañas electorales. Según nuestro parecer en las campañas hay mucha moral y poca ética.
Pero al respecto alguien, y con toda razón, se preguntará por qué tendría que haber ética en los procesos electorales o en las campañas, incluso más de alguno afirmaría que la ética y la política no necesariamente tendría que ir de la mano, la pregunta sería ¿por qué los hombres, en este caso, en nuestra condición de ciudadanos o de actores políticos, nos tenemos que conducir moralmente, con ética? No vamos a entrar a detalle de este asunto, porque no es lo que interesa en todo momento, en todo caso si se acepta que la
moral es algo que nos conviene porque nos hace posible la vida social (esta es la respuesta más simple) y la ética en todo caso es conveniente porque confirma nuestra normativa moral.(6) Esto sería suficiente, aunque el fondo afirmamos que ser ético no es una opción sino una obligación, si quiero ser humano, no tengo más opción que ser ético, es decir, si quiero humanizarme he de procurar que mis acciones garanticen la realización del bien. Porque sólo lo bueno me humaniza.
Ahora, si el bien es lo que nos humaniza, si en cuanto que humano no tengo más remedio que hacer el bien, qué toca hacer en nuestra condición de ciudadanos o como sociedad. Podemos decir que hay bienes que se plantean para la realización personal, y hay que involucran a una sociedad, que nos ayudan a realizarnos socialmente. A estos los llamamos bienes comunes: bien común.
Éste no tiene un origen azaroso, por el contrario, para alcanzar el bien común necesitamos del querer común, y por tanto de la voluntad común. Este bien común supone acciones comunes y también responsabilidades comunes, que implican, por supuesto, las acciones y responsabilidades particulares. Si el bien (particular) está orientado a humanizar al hombre concreto, su historia personal, entonces podemos decir que el bien común está orientado a humanizar la historia, la sociedad, las estructuras sociales, las instituciones, que finalmente son productos humanos comunes. Pero estas precisiones, ¿a qué vienen? Lo que aquí nos interesa señalar es que en las campañas hay moral pero no necesariamente ética. Y hay moral porque se siguen costumbres, porque se cumple con la tradición (la norma) pero no necesariamente hay ética, porque no siempre las acciones que se realizan humanizan a los hombres o no siempre se constituyen en bien común. De hecho esto aplica, no sólo para las campañas sino casi para todo el ejercicio de la política y en particular la política pública.
Ahora, si hemos afirmado, que en las campañas la ética se ausenta, es porque si partimos de que la ética es la reflexión y/o el análisis de la moral, ese análisis y esa reflexión las realizamos en función de determinar si nuestras acciones y determinaciones son buenas o no, si nos realizan o no. Ese análisis, ese juicio crítico y valorativo del actuar humano está ausente en los procesos electorales, en las campañas, en los actores
políticos. Sí así fuera, si la vida política y los procesos electorales, si las oficiales o la permanentes campañas electorales se sometieran de vez en cuando al juicio de la ética, si cada candidato en campaña o en el ejercicio de la función pública, hiciera una pausa, un juicio, una inflexión sobre si su proceder garantiza la realización del bien, en concreto del bien común, de lo público; primero no tendríamos que realizar espacios como éste de denuncia de la inmoralidad y segundo no padeceríamos los costos de una democracia débil, de muy mala calidad. Si la ética se hiciera presente en las campañas, no sólo nos ahorraríamos cuantiosos recursos, tendríamos ocasionalmente, de parte de los partidos y sus candidatos, disculpas públicas por los errores cometidos, tendríamos en lugar de discursos panfletarios que exhiben sus personalidades ególatras y egocéntricas, una exposición clara y coherente de sus proyectos de nación.
No hay ética, de haberla, habría confianza en los partidos y las instituciones, no requeriríamos de una ley de transparencia, de mecanismos para la fiscalización, de fiscalías especializadas, de tribunales; si se dedicaran a hacer el bien, si se condujeran con ética no habría permanentes demandas para que se condujeran bajo principios clásicos como la libertad, la equidad, la transparencia, la neutralidad, el respecto y la tolerancia.
Lo que nos ofrecen las campañas, además de banalidades, es un conjunto de prácticas que reproducen el mal moral, el mal común o lo más negro de nuestra moralidad: la mentira, la descalificación del otro, cuando no su estigmatización(7) o incluso su ridiculización. En las campañas lo que recibimos son promesas infundadas, imaginarios triviales sin referente histórico, sin análisis ni consideración de las necesidades
apremiantes, tergiversación de datos. Lo que tenemos en las campañas es oscura retórica.
¿Qué más caracteriza a la moral de las campañas? Una consideración importante es someter a juicio a nuestras campañas a partir de que en este país se ha configurado el sistema político como una democracia de tipo liberal. ¿Qué significa esto? Lo que caracteriza a los sistemas liberales es que en ellos lo político se subordina a lo económico, reducen hasta donde sea posible las intervenciones del poder político y privilegian la regulación directa del mercado. En sociedades como la nuestra, la democracia se reduce a una “forma de gestión social que facilita la acumulación de las riquezas y de los poderes de decisión y por lo tanto aumenta las distancias sociales en lugar de reducirlas.” (8)
En las democracias liberales, las relaciones sociales y humanas, y esto incluye el ámbito de la política, los ciudadanos son concebidos como clientes y para ellos se diseña un producto. ¿Qué son en el fondo cada uno de los candidatos? Productos mediáticos de una lógica que mercantiliza. Probablemente es fuerte lo que digo, y no todos compartirán mi opinión, que en cada candidato tenemos un producto, diseñado ad hoc para la clase de consumidores que somos. En el sistema político mexicano los candidatos, no sólo no son elegidos por los ciudadanos, sino que en su elección, en la configuración de su campaña, en la definición de su supuesto proyecto de gobierno, operan el mercado y los poderes fácticos que lo controlan, de tal modo que deben su puesto, a definiciones cupulares y a los capitales que lograron acumular; ya embestidos son decorados, cual figuras de aparador, a fin de ser puestos en un escenario montado por sus aparatos
mercadológicos y los grandes oligopolios de los medios de comunicación, sus asesores les construyen una vida pulcra y una historia rosa, cual princesas de cuento de hadas.(9)
En las sociedades liberales lo que importa no es lo público sino lo privado. Las campañas no sólo representan lógicas donde lo que importa es al exaltación de la individualidades y no la construcción de lo colectivo, son carreras donde triunfa el que más capitales acumuló, es premiado el mejor, el que supo valerse de sus relaciones, aquel que tiró la mejor partida, no importa si el as lo llevaba debajo de la manga. El puesto público es el premio al vencedor, aquel que para llegar a la meta tuvo que realizar muchas tareas, entre ellas dejar a los otros en camino. Desde esta perspectiva es difícil pensar que el interés se centre en la construcción del público: del bien común.
La moral de las campañas es una moral con valores, se valoran infinitas cosas como la capacidad de articular discursos convincentes o convocar (acarrear) a grandes sectores de la población. Pero ojo, no todo lo que se valora es bueno, bien y valor no siempre coinciden. El discurso liberal hace creer que sí pero no necesariamente. Las lógicas que subyacen a las prácticas cotidianas van desde el pacto (al interior de las cúpulas, las tribus, etc.), pasando por la simulación (hacer campaña haciendo como que no hacen), la evasión (o la distracción) de lo que realmente interesa al país, a los ciudadanos de a pie. Unos descalifican, otros mienten, unos más desprestigian pero todos, unos más, otros un poco menos, se lanzan a una “guerra sucia”, que lo mismo tiene por escenario la plaza pública, que las televisoras, los diarios, las redes sociales,
incluso los centros de espectáculos; es una guerra mediatizada.
¿Qué discuten? ¿De qué están llenos sus discursos? ¿Cuáles son los asuntos que los ocupan? Se discute de todo, de lo menor, por ejemplo, el puente que se requiere para cruzar el río, pasando por asuntos triviales o medianos como el doping de los futbolistas o incluso asuntos de gran envergadura como la generación de empleos, el combate a la pobreza, la violencia; son muchos los temas pero no pocas veces nos enfrentamos a discursos llenos de lugares comunes; discursos carentes de ideas, de proyecto, de estrategia. ¿Cuál es la razón? Que en un escenario político, dominado por el mercado, la discusión de los negocios es lo que importa. ¿Quién apuesta por modificar el status quo que lo ha situado en una zona de confort y privilegios, que le promete lo mismo el paraíso fiscal que la inmunidad política?
La ironía de las democracias liberales es que primando lo económico, los partidos, así como en las empresas (a veces operando como si lo fueran) definen el perfil del candidato y su definición (elección, postulación) garantiza en algunos casos el triunfo, en otros el reposicionamiento, en otros tantos la redefinición y en unos más la sobrevivencia pero su definición no necesariamente les tiene garantizada una buena gobernanza, porque la política no es sólo negocio. En contados casos está garantizado el triunfo pero no necesariamente el éxito (reconocimiento social, resolución de las tensiones y conflictos, crecimiento económico, estabilidad, paz, cohesión social, generación de riqueza, etc.).
Por último, una consideración importante, si uno se pregunta cómo es la ética de las campañas o qué lógicas subyacen a ellas, uno podría apostar a que una pequeña minoría se involucra en los procesos electorales con la certeza del cambio, de la transformación social, la historia nos demuestra que en algunos partidos (muy contados), en organizaciones sociales (obreras, campesinas, barriales, eclesiales e incluso intelectuales)
ha existido auténtica vida democrática y con esa apuesta se han involucrado en estos procesos y, gracias a ellos pudimos dejar atrás regímenes autoritarios y represores, gracias a ellos, al día de hoy, existe un marco jurídico e instituciones que garantizan una vida relativamente democrática.
En síntesis téngase en claro primero, que a las democracias liberales las construyen los poderes fácticos, no los ciudadanos; segundo su legitimidad pende del conjunto de reglas y procedimientos que han institucionalizado, no de si realizan el bien o no; tercero a las democracias liberales las hacen los capitales, suponen mercados, por ende ofrecen productos, en consecuencia lo que menos interesa es lo público, la configuración de realidades gratuitas puesta ahí al servicio de todos, particularmente los más necesitados.
A partir de esto emerge una moral camaleónica: les permite a los sujetos mudar no solo de partidos, sino de proyectos y principios. Es una moral cínica: porque les permite vivir del erario público sin necesariamente haberse ganado honestamente su salario. Es una moral narcisista porque apuesta a la afirmación de individualidades.
4. Las tareas
Frente a este escenario y de cara al proceso electoral venidero ¿Qué hemos de hacer con todo esto? ¿Es factible y realista pensar en un escenario distinto? ¿De ser posible cómo sería y cuál sería nuestra tarea respecto a él? Primero no sólo creo que es factible sino necesario, es una obligación que emerge de nuestra necesidad de una vida social que nos garantice humanizarnos.
Segundo cualesquiera que sea lo que nos determinemos a hacer, ha suponer un profundo realismo. La valoración ética que hacemos del actuar humano, implica la consideración de que siempre es un actuar situado. La configuración que hemos hecho de este país ha sido a lo largo de varios años, la democracia o el remedo de esta, nos ha costado mucho, incluso violencia y sangre, la definición que se le ha dado a este país a lo largo de por los menos dos siglos, no ha sido azarosa, por ende no queramos cambiar la historia con sólo pensarla. Sería ingenuo creer que por desearlo, va a desaparecer el PRI, el PRD o el PAN y con ellos las prácticas despóticas y una cultura antidemocrática; no es posible cambiar de tajo el sistema político mexicano, porque aquí denunciemos el sometimiento de lo político a las lógicas del mercado, no por eso cambiarán, pero sí podríamos pensar y discutir, -lo que por cierto se ha está discutiendo- la regulación
de los mercados o la creación de alternativas con lógicas menos rapaces. Sí es posible pensar en modificar el carácter centralista del sistema político mexicano, sí es posible gestar un Estado fuerte (no necesariamente autoritario, controlador y represor como en otros tiempos), que garantice un ejercicio del poder trasparente y responsable. Pero en cualquier caso lo que pretendamos hacer con este país, es algo que no pende de unos cuantos, sino de que todos nos impliquemos en ello.
Tercero, en continuidad con lo anterior, personalmente no tengo la certeza de cómo sería ese nuevo escenario, es nuevo proyecto de nación a construir, no sé cuál ha de ser en su elementos concretos, esa es una construcción colectiva a la que hemos de sumarnos todos los aquí presentes (y los que no están), pero de algo sí podemos tener claridad: de la inviabilidad no sólo de la democracia liberal que hemos configurado,
con todos los vicios que ella supone, sino que además y en primer lugar, lo que resulta inviable es el sistema liberal asimétrico a partir del cual se ha configurado el Estado y la sociedad mexicanos; lo hacen inviable los supuestos y las implicaciones que entraña: un liberalismo racionalista e individualista; la instauración de un sistema de libre marcado, que supone un orden natural azaroso y supuestos mecanismos de autorregulación, que da pie a dinámicas plutocráticas, monopólicas y oligopólicas. El estado mexicano, que se afirma libera, federal y republicano, en la práctica opera como un estado centralista y corporativo, en el cual aún tiene cabida prácticas autoritarias y represoras, en algunos casos opera como controlador y en otros tantos mero regulador. El sistema es inviable por sus supuestos éticos: un racionalismo y un individualismo, lo mismo pragmatista que utilitarista, contradictorio porque en algunas prácticas se afirma liberal y en otras conservador e intolerante. Se trata de una moral que no pone como referente al otro, la persona y sus derechos.
Cuarto y con ello concreto algunas cosas. Una consideración prudente hemos de tener, el análisis que aquí estamos generando no deberá situarnos en una lógica de buenos y malos, nosotros los buenos y ellos (la clase política, los que hacen campañas) los malos; si algo debiera destapar este diálogo es un dinamismo de transformación del sistema político en su conjunto.
¿Qué nos toca a los aquí reunidos?
A instituciones como la nuestra, a las universidades, incluida, tendrían que ser espacios académicos desde donde se pueda repensar al país(10). Las universidades tienen los recursos académicos –y a veces también los económico-políticos- para ser las plataformas donde se discuta, se fundamente, de manera crítica, abierta e incluyente un nuevo proyecto de nación. De otro modo si eso no sucede, se trata de una determinación donde se sigue tolerando que la dinámica que nos aqueja se reproduzca, penosamente no pocas veces de la configuración que se ha hecho de este país se saca partido.
¿Qué toca a la filosofía? Pensar que nuestra tarea se reduce a este ejercicio de reflexión ética es ingenuo. Siguiendo a Ellacuría(11), si la filosofía tiene funciones muy específicas y entre ellas una tarea desideologizante, podríamos decir que nuestra primera tarea se concreta en una crítica y una denuncia de un sistema político que desde sus supuestos resulta ser inviable. Y esta tarea no la podemos realizar solos, implica necesariamente un ejercicio de comprensión del país a partir del conocimiento que las ciencias sociales han generado de él. Pero más relevante aún, es la consideración de que el filosofar no es una
tarea que realiza de manera exclusiva el filósofo, el que se ha formado como tal, sino que cada sociedad requiere filosofar sobre los discursos y las prácticas que generan mecanismos de ideologización y sobre sus posibilidadades históricas y reales de humanizarse. En este sentido hemos de contribuir en la formación de una sociedad capaz de filosofar en lo cotidiano, tal y como lo expresa el ideal de este Instituto.
¿Qué toca a la vida religiosa? No lo sé a ciencia cierta porque no soy religioso, no puedo situarme bajo esa categoría, pero si de algo estoy seguro es que en el país que nos está tocando vivir, la vida religiosa en lo general sigue teniendo una profunda credibilidad. Aún en contexto de diversidad religiosa, en los religiosos la sociedad sigue depositando una fe y una esperanza, su palabra y su actuar entrañan una condición profética. El pueblo de Dios no distingue (o poco interesan las diferencias canónicas) entre iglesia regular e iglesia secular, entre consagrado con votos o sin ellos, en este sentido me pregunto ¿es posible valerse de esa fe y esa confianza para generar una nueva moral pública? ¿Son o no los grupos parroquiales e incluso la homilía dominical, espacios propicios para denunciar la inmoralidad que aquí hemos descrito, para articular una ciudadanía responsable? ¿Cómo conjugar la condición de religioso con la de ciudadano de cara a las tensiones que enfrenta este país? Ahí están las preguntas, algunos en su doble condición de ciudadanos
y religiosos podrían responder. Obvio hay una precondición, la aceptación de que la moral de las campañas tiene que cambiar, supone aceptar que la moral de este país –con profundas raíces religosas- en su conjunto también tiene que cambiar.
A propósito de la presencia de un grupo de estudiantes de psicología me pregunto si la psicología como ciencia podría o no gestar una palabra, un ejercicio de interpretación de una psicología sociocolectiva. ¿Qué se esconde en la personalidad de un candidato que lo mismo es capaz de transitar de un partido a otro con el objeto de lograr el anhelado poder, que lo mismo es capaz de mostrarse públicamente como la mejor alternativa; eso es narcisismo, una personalidad escindida o como interpretar la figura que reluce en
cada uno de los candidatos? ¿La moral aquí descrita es o no producto de una sociedad qué en términos de salud mental entraña patologías? ¿Podríamos hablar o no de que en las formas de vivir los procesos electorales se esconde una psicología del mexicano, hay en los modos de proceder descritos un psiquismo que condiciona nuestras formas de resolver lo público?
Y por último, en algo que coincidimos todos los aquí reunidos es en nuestra condición de ciudadanos, juzgo que de cara a la situación en la que nos encontramos, de frente a los conflictos y las tensiones que enfrenta es país, para rehacer la moralidad descrita, tenemos tareas muy específicas:
Primera moralizar la instituciones, moralizar al sistema político, moralizar los partidos; a partir de una moralidad aún por definir que garantice una vida democrática. Tenemos como tarea construir una nueva moral social para este país, una nueva moral política, que incorpore principios fundamentales como el “mandar obedeciendo” del EZLN.
Segunda etizar al Estado y sus instituciones, a los partidos y la vida pública, para recuperar lo público, para rehacerlo. Si lo que aquí hemos afirmado es que la ética se ausenta de las campañas, que la ética es la reflexión –juicio y valoración- que hacemos de la moral. Entonces etizar es provocar que la moral del otro (ciudadano-servidor público) entre en crisis y se piense. Etizar supondría provocar que los ciudadanos y las instituciones – incluido el Estado, incorporen mecanismos por los cuales permanentemente su moral
se esté revisando y ajustando.
Tercera: alimentar nuestra vida civil y organizada. Hace algunos años, Alianza Cívica propuso una campaña de “adopte su político”, no sé qué tan cara salió la adopción o mejor, si funcionó su propuesta. Yo no propondría ni adoptar políticos, ni menos partidos sino adoptar ciudadanos, en nuestra casa, en la escuela, en el trabajo o en la calle seguramente hay un ciudadano que puede ser adoptado, no para que lo mantengamos sino para con él reconstruyamos esta sociedad tan maltrecha, para que con él gestemos
un proyecto distinto de nación. Empecemos con tareas simples la reconstrucción del tejido social de este país.
Consideraciones finales
Este país necesita lógicas distintas, una moral distinta, yo propongo tres principios éticos a incorporar en nuestra moralidad a fin de rehacerla o redefinirla: la intolerancia, la resistencia ciudadana y la responsabilidad.
En este país somos muy respetuosos, nuestra moral incluye el respeto, respetamos casi todo, incluso que el otro robe o delinca, siempre y cuando nos respete, lo respetamos. Contraria a esa lógica del respecto, que supone una antropología de la exclusión, la intolerancia(12) como principio ético, supone que el otro no me es indiferente, que no me da lo mismo lo que haga, ya no lo que me haga. En este sentido, seamos intolerantes, por ejemplo frente al cinismo de la clase política, frente a la mentira, no toleremos ni discursos, ni prácticas que no garantizan una vida democrática, que no garantizan calidad de vida.
Segunda, estamos muy acostumbrados a que política y democracia son asuntos de unos cuantos, la moral ciudadana se reduce al día de la elección, en el depósito de nuestro voto. Una lógica distinta es aquella que comprende que la democracia, además de lo político (no sólo lo electoral) también entraña una dimensión social y una económica, es decir, la democracia también supone derechos sociales y económicos, quien considera la democracia bajo esta perspectiva puede configurar una resistencia ciudadana articulada:
es muy sencillo, no demos cabida a que se reproduzcan las lógicas que hemos descrito; sí podemos sumarnos a acciones de grupos como los que encabezan Javier Sicilia, Fernando Martí o Isabel Miranda de Wallace, hagámoslo, pero consideremos que ahí no se agota nuestra responsabilidad, por el contrario lo mejor es gestar esos grupos, alimentarlos; tomemos los espacios públicos y las redes sociales, para exigir, para desmentir, resistamos de manera razonada y organizada, con acciones concretas, p.e. en cada periódico hay opción de leer y comentar, hagámoslo, levantemos la voz en la plaza pública, disintamos del otro y construyamos con él una nueva praxis.
Tercera y última, la tarea filosófica no se reduce a la sospecha, a la crítica o la denuncia, de las mejores cosas que caracterizan a la filosofía es su condición problemática, que hace de la vida “problema”, que busca hallar respuestas, soluciones y alternativas. Gestar una ética de la responsabilidad, el principio ético de la responsabilidad, supone posicionarse de cara a los problemas primero para determinar, en cuanto que realidad social, política, económica o cualquier forma de realidad, que exigencias y demandas nos
plantean y a partir de esa consideración tomarlos y hacernos cargo de ellos, encargarnos y resolverlos.
Seamos responsables de la vida propia, de la vida de los otros, obliguémonos y obliguémoslos a encargarnos y resolver, la vida de cada cual y la vida social de este país que requiere con urgencia principios de respuesta de cara a las muchas tensiones que enfrenta. Esto es ética responsable y bajo esa lógica debiera proceder no sólo cada candidato, sino cada hombre y mujer que apuesta a realizarse.
Citas
1. Extranjeros, corporativos, monopolios o incluso Estados.
2. Aranguren, José Luis; Ética, Alianza Editoral, Madrid, 1985, pp. 21 – 23.
3. En la práctica lo que tenemos son unos contenedores para unos contenidos que no se corresponden
o cambiamos los contenidos o resignificamos los contenedores.
4. La ética en cuanto reflexión surge cuando se confronta o se pone en crisis una moral. Lo que importa
éticamente hablando, no es la vida de x o y sociedad, de unos cuantos hombres sino de los hombres
(lo humano), por ello siempre tiene como pretensión llegar a unos principios generales válidos para
todos los hombres y preferentemente que perduren en el tiempo. Cuando la ética deja de ser reflexión
y se estructura en normas, leyes, se convierte en moral.
5. Cfr. ARANGUREN, op.cit, cap. VII, Parte I, pp. 64-69. La moral así entendida, está condicionada
y/o determinada, por las diversas culturas, sociedades, tradiciones, que existen. Por ello no hay una
moral o la moral sino morales (en plural). La moral, en cada sociedad o cultura, trata de establecer
criterios para determinar lo que se califica como bueno o malo en las acciones humanas, lo que se
considera como vicio o virtud en las costumbres de una sociedad, establece patrones de conducta.
Surge de la vida concreta y de hombres concretos. La moral en cuanto vida cotidiana es moral vivida,
es el conjunto de normas y tradiciones a las cuales es preciso obedecer.
6. Es obvio que no es la postura que aquí afirmados, pensar la moral y la ética de ese modo, es
reduccionista. En el fondo afirmamos que cada acto humano entraña una dimensión moral. Nos
tenemos que comportar moralmente, tenemos que vivir con ética, porque lo moral (y lo ético) son
constitutivos humanos. Ser moral o no serlo, no es cuestión de opciones, no es si quiero, es que debo.
La moralidad humana no es optativa. El ser humano es un ser de ética, porque ésta surge a partir de
su propia estructura biológica (Cfr. ARANGUREN, op. cit., cap. VII, parte I, pp. 56-60). Según la
propuesta filosófica de X. Zubiri que así asumimos, el hombre es constitutivamente moral porque
es constitutivamente libre, porque tiene que hacerse su propia vida. La ética surge entonces no sólo
cuando el otro interacciona con uno, sino cuando el hombre individual tiene que optar, cuando
tiene que resolver su vida. El hombre da respuestas optativas para seguir viviendo y éstas hacen que
adquiera por apropiación, y no por emergencia natural, unas determinadas características. Esto hace
del hombre una realidad moral, o más bien, un animal de realidades moral. La Ética es, en uno de sus
aspectos, la respuesta típicamente humana a un problema radicalmente biológico. Cfr. ELLACURÍA,
Ignacio; Fundamentación Biológica de la Ética. ECA Junio 1979, pp. 420-423.
7. En el 2006, el juego sucio del PAN (Partido Acción Nacional) y sus aliados de entonces, estigmatizaron
a Andrés Manuel López Obrador como un “peligro para México”.
8. Touraine, Alain; Igualdad y diversidad. Las nuevas tareas de la democracia, FCE, Buenos, Aires,
1999, pp. 29 – 30.
9. El caso más ilustrador, de ninguna manera el único, es el caso Peña Nieto. Ahora si se quiere, lo mismo
aplica para casos similares al mexicano, véase el norteamericano y todo el sostén mercadológico que
acompañó a Barack Obama en su elección presidencial.
10. No meros reductos desde donde se reproducen y solapan los vicios de la clase política, tal y como
han dado muestra muchas universidades públicas y otras tantas privadas.
11. ELLACURÍA, Ignacio; Filosofía ¿para qué?, UCA editores, San Salvador, El Salvador, 2003.
12. La intolerancia que aquí referimos no supone el clásico concepto de intolerancia como la falta de
consideración de que el otro es diferente y merece respecto. El otro sí merece respeto pero nunca ese
respeto que merece (su autonomía) está por encima del bien que ha de hacer y el mal que debe evitar.
En este sentido postular la intolerancia como principio ético es postular un mecanismo de negación
de la negación, es decir, una oposición radical frente al mal y sus consecuencias. Que el otro haga el
mal, que el otro se equivoque, no puede darme lo mismo, no puedo “respetarlo” en su determinación
si esta implica la realización del mal. La tarea de los hombres no sólo es hacer el bien (beneficencia)
sino también evitar el mal (no maleficencia).