Homenaje a Jean-Paul Sartre por Gabriel Morales y Laura Rubio
Con motivo de los 100 años del nacimiento de Jean-Paul Sartre, y 25 de su fallecimiento, el mundo se volcó en 2005 a evocar una de las figuras más emblemáticas del siglo sin la cual simplemente no entenderíamos éste último. Ahora bien, una de las características centrales de esta figura es su carácter polifacético. ¿Cuántos rostros tiene Sartre y cuántas puertas podemos abrir para llegar a él? Para llegar a su persona y a su inmensa obra: Sartre filósofo, Sartre profesor, Sartre agitador, Sartre activista, Sartre fabulador, Sartre amante. ¿Cuántas páginas nos llevaríamos para aprehender su (inexistente) esencia, al modo en que él mismo intentó captar la singularidad de Gustave Flaubert? Esa supuesta esencia que su proyecto existencial construyó durante prácticamente todo el siglo, si nos atenemos al hecho de que muere tan sólo 9 años antes de la caída del Muro de Berlín, que simboliza, ya es lugar común, el fin del siglo XX.
¿Qué queda hoy de su obra? La pregunta inquiere sobre su actualidad, pero de inmediato nos preguntamos: ¿qué significa «ser actual» o «permanecer actual» referido a una obra filosófica? ¿O conservamos ahora sólo el gesto filosófico sartreano? Un gesto de angustia, o de desesperación, aunque él confesó que nunca experimentó esta última, o un gesto de rebelión, de inconformidad, de protesta. Se dice que una obra se vuelve clásica cuando nos sigue interpelando desde y para las necesidades del presente. ¿Sucede eso con la obra del filósofo francés? Habría que considerar que siendo su obra tan amplia y diversa, podría ser que alguna parte resultara vigente, en tanto otra tal vez ya no lo sería tanto.
Para este homenaje, centraré mi breve exposición en tres asuntos: primero, la cuestión moral; segundo, los compromisos políticos.; y, por último en el proyecto literario.
1. Sabido es que la filosofía de Sartre fue, en gran medida, el ingente esfuerzo de construcción de una moral, o en todo caso, de una ética. Esfuerzo que no encontró nunca una feliz resolución como sabemos. Entre otras cosas, diría porque la antropología sartreana, al postular un hombre siempre situado históricamente, que no encuentra signos en la naturaleza o en un dios, está constantemente arrojado en su condición, proyectado hacia un futuro que no admite determinismo alguno. En ese sentido, en estos tiempos en los que los avances de la investigación genética se desarrollan a pasos vertiginosos, resultaría interesante especular la visión que nuestro filósofo tendría sobre nuestra capacidad de elección. Porque el ser humano tiene siempre que elegir y sólo los cobardes y los inmundos, crean coartadas para evadir la elección y la consiguiente responsabilidad. Recordamos en esta perspectiva su idea de la mala fe como pretexto de la propia irresponsabilidad.
El ser humano es libertad, se define como proyecto libre, que al mismo tiempo libera, al menos teóricamente, al resto de la humanidad, al sentenciar un modelo de vida que elegimos también para el resto de los seres humanos. ¿Pero cómo establecer criterios universales si cada caso de elección está dado en una situación específica, desde una experiencia singular que no admite repetición? ¿Estaríamos ante una imposibilidad teórica de establecer criterios y principios morales que pudieran universalizarse como quería la filosofía kantiana, al menos desde un punto de vista formal? Significativamente Sartre elegirá una novela de largo aliento, Los caminos de la libertad, para plantear literariamente personajes que simbolizan esa búsqueda.
La idea de que el existencialismo ateo es una filosofía sin esperanza y pesimista, le parece equívoca al autor de El existencialismo es un humanismo, en el sentido de que, si bien toda la responsabilidad recae en el sujeto, pues no hay trascendente al cual remitirse, ahí radica el valor de la vida humana, que tiene la obligación de actuar en libertad, comprometiéndose con su mundo y asumiendo los riesgos de cada decisión tomada. Como apunta en dicho texto, el proyecto es construir una ética que, aún cuando existiera un dios, habría que prescindir de él como fundamento. Sartre se aventura en el desierto nietzscheano en el que todo está por hacerse y reinventarse.
2. Hace unos días en la Alianza Francesa de Guadalajara el grupo teatral de la ciudad de México, La Biznaga, presentó un interesante espectáculo, con el mismo motivo que nos tiene aquí, llamado Sartre: ¿se equivocó? El título resultaba provocador de entrada, pero a la vez tramposo. Esto último en el sentido de que la respuesta sería de pronto una obviedad: por supuesto que Sartre se equivocó en diferentes momentos de su vida, en lo moral pero sobre todo en lo político. No podemos no comprometernos, sostiene el compañero de Simone de Beauvoir, pues hasta cuando no elegimos hemos establecido un paradigma de no-acción. Sartre, por lo contrario, se comprometió siempre y algunas veces se equivocó, como todos los aquí presentes. Considero el error político más grave aquel que consistió en apoyar ciegamente la dictadura stalinista, cuando ya existían testimonios claros de la naturaleza totalitaria de dicho régimen. En el ámbito de la moral se podría cuestionar, por ejemplo, el daño psicológico y moral que causaron a sus alumnas-amantes compartidas por la pareja Sartre-Beauvoir, a veces de manera feliz, pero también de manera dolorosa. Lo digo sin afán sensacionalista, pues olvidamos frecuentemente que los filósofos, los intelectuales, en general, adolecen de las mismas debilidades que cualquier ser humano, aunque algunos edifiquemos modelos con sus figuras históricas.
Consideremos, sin embargo, que la postura de Martin Heidegger respecto al nazismo fue, por decir lo menos, ambigua. Sabemos que simpatizó en su momento con el Nacionalsocialismo y que aceptó colaborar con un gobierno totalitario, que dicho sea de paso inundó de infamia al mundo el cual su historia quedará marcada para siempre. Lo más triste es que el filósofo alemán tuvo treinta años para dar su versión de los hechos y públicamente disculparse y nunca lo hizo. ¿Hasta qué punto ensucia su obra dicha actitud? Lo mismo podríamos sentenciar con la obra sartreana, aunque el filósofo francés aclaró al final de su vida en una entrevista que sus errores no fueron nunca de mala fe ¿Cómo entender la ceguera intelectual de aquellos tiempos? Tendríamos que revisar el ensayo que el escritor Mario Vargas Llosa le dedicó a dicha problemática, entre otras, en el que aparece la figura de Albert Camus, con quien Sartre rompería finalmente su amistad.
Recientemente la cuestión del compromiso político de los intelectuales volvió al escenario con la postura de Peter Handke en relación con la guerra de los Balcanes, concretamente su apoyo abierto a los serbios y a la figura de Milosevic, el genocida serbio. Para indignación de muchos Handke se presentó al entierro del asesino sin explicar el sentido de su presencia en dicho acto. Sigue vigente por lo visto la discusión del compromiso político, a pesar de que muchos intelectuales se han sustraído completamente al mundo político por resultarles despreciable. Personalmente considero válida dicha postura, pero resulta difícil mantenerse en tal postura cuando víctimas de tantas atrocidades.
3. Resulta decepcionante, por otra parte, que las filosofìas posteriores a Sartre no estén recurriendo a la literatura para expresar sus reflexiones filosóficas (con sus excepciones como sería en los caso de Slavoj Zizek y Alain Badiou, por ejemplo). Se ha impuesto un pesado criterio de lo que resulta «filosófico», considerando que sólo el discurso que emula el discurso de las ciencias merece respeto. El desprecio por la literatura me parece lamentable, pues los existencialistas demostraron con sus cuentos, sus obras teatrales, sus novelas, que la conexión con el público es fundamental para la filosofía contemporánea. Por supuesto que muchos críticos señalan que la mayoría de las obras literarias-filosóficas han envejecido. En muchos sí, pero en otros el texto sigue vigente, como en Las moscas, de Sartre o Los justos, de Camus. Pero también debemos considerar que, a pesar que algunos textos estén ya fechados, contribuyeron en su momento a la reflexión moral y política de su tiempo, lo cual resulta encomiable. ¿Cuántos textos filosóficos han envejecido, pero porque nacieron ya muertos, buscando una inalcanzable intemporalidad?
Por otro lado, es cierto que muchas obras netamente literarias, de ambiente, espíritu o naturaleza filosófica, han pasado mejor la prueba del tiempo. Por ejemplo, la obra del escritor irlandés Samuel Beckett, que en 2006 se cumplen cien años de su nacimiento. Este contemporáneo de Sartre, legó obras de innegable naturaleza filosófica, como su obra teatral Esperando a Godoy o novelas como Molloy o Compañía. Pero concluyamos nuestra breve visita al homenajeado.
Hoy nos enfrentamos al reto de recuperar críticamente la memoria de Jean-Paul Sartre, a través de una lectura crítica de su inmensa y compleja obra. Requerimos de una visión limpia de prejuicios ideológicos y dispuesta a reconocer la validez de muchos de sus planteamientos metafísicos, éticos, políticos, literarios, en fin. Los próximos días nos plantean una tarea ardua, pero seguramente gratificante.
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