Se dice de Kant que es un
filósofo imprescindible, que no se puede pasar por la Filosofía sin reparan en
la importancia de su pensamiento. Un personaje tan encumbrado encarnado en un
ser humano tan enclenque resulta casi
paradójico. Sus discípulos lo describían como una persona enfermiza, bajito, de
complexión desgarbada, necio y obsesivo.
Kant nació en una familia
humilde, su padre fue un artesano que trabajaba el cuero, casado con Ana Maria
Reuter. Kant fue el cuarto de nueve hijos, el único varón que llegó a la edad
adulta, sus cuatro hermanas se dedicaron a oficios modestos. La muerte de su
padre obligó a Kant a abandonar sus estudios para ganarse la vida como tutor
particular.
Kant es considerado como EL
FILÓSOFO por su entrega vital al trabajo intelectual. Sus obras son tan
importantes que no se puede pensar la filosofía y la ciencia modernas sin sus contribuciones.
Incluso se considera a la Crítica de la
razón práctica como la Biblia del pensamiento moral de la modernidad. Pero
Kant no tuvo que esperar a que el paso de los años consagrara su obra, gozo
de gran fama y reconocimiento en vida. El filósofo de Königsberg era tan
popular que sus funerales fueron presididos por las autoridades de aquella
época.
La riqueza del pensamiento
kantiano se nutrió de la profunda huella que dejaron las enseñanzas de su madre
y su maestro Albert Schultz, una
formación religiosa rígida nutrida del pietismo alemán, por un lado y por otro,
la amplia experiencia que le dejó ganarse la vida como profesor de las más
diversas materias (fue tutor de Geometría, Matemáticas, Geografía, Lógica,
Metafísica entre muchas otras) que le dejó un gran amor y admiración por las
ciencias naturales.
Incluso se podría enmarcar el
pensamiento kantiano entre estas dos inquietudes: la moral y la naturaleza como
se ve en la frase con la que inicia el colofón de la Crítica de la razón práctica:
Dos cosas colman el ánimo con una
admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más
frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de
mí. Ambas cosas no debo buscarlas ni
limitarme a conjeturarlas, como si estuvieran ocultas entre tinieblas, o tan en
lontananza que se hallaran fura de mi horizonte; yo las veo ante mí y las
relaciono inmediatamente con la consciencia de mi existir.