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lunes, 22 de abril de 2013

Immanuel Kant



Se dice de Kant que es un filósofo imprescindible, que no se puede pasar por la Filosofía sin reparan en la importancia de su pensamiento. Un personaje tan encumbrado encarnado en un ser humano tan enclenque resulta casi paradójico. Sus discípulos lo describían como una persona enfermiza, bajito, de complexión desgarbada, necio y obsesivo.

Kant nació en una familia humilde, su padre fue un artesano que trabajaba el cuero, casado con Ana Maria Reuter. Kant fue el cuarto de nueve hijos, el único varón que llegó a la edad adulta, sus cuatro hermanas se dedicaron a oficios modestos. La muerte de su padre obligó a Kant a abandonar sus estudios para ganarse la vida como tutor particular.

Kant es considerado como EL FILÓSOFO por su entrega vital al trabajo intelectual. Sus obras son tan importantes que no se puede pensar la filosofía y la ciencia modernas sin sus contribuciones. Incluso se considera a la Crítica de la razón práctica como la Biblia del pensamiento moral de la modernidad. Pero Kant no tuvo que esperar a que el paso de los años consagrara su obra, gozo de gran fama y reconocimiento en vida. El filósofo de Königsberg era tan popular que sus funerales fueron presididos por las autoridades de aquella época. 


La riqueza del pensamiento kantiano se nutrió de la profunda huella que dejaron las enseñanzas de su madre y su maestro Albert  Schultz, una formación religiosa rígida nutrida del pietismo alemán, por un lado y por otro, la amplia experiencia que le dejó ganarse la vida como profesor de las más diversas materias (fue tutor de Geometría, Matemáticas, Geografía, Lógica, Metafísica entre muchas otras) que le dejó un gran amor y admiración por las ciencias naturales.

Incluso se podría enmarcar el pensamiento kantiano entre estas dos inquietudes: la moral y la naturaleza como se ve en la frase con la que inicia el colofón de la Crítica de la razón práctica:

Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. Ambas cosas no debo buscarlas ni limitarme a conjeturarlas, como si estuvieran ocultas entre tinieblas, o tan en lontananza que se hallaran fura de mi horizonte; yo las veo ante mí y las relaciono inmediatamente con la consciencia de mi existir.









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