La clase política mexicana defiende celosamente sus puestos e impide el relevo generacional. Atravesando los Partidos Políticos, el sistema resulta demasiado caro, hay manipulación, corrupción, fraude electoral y entreguismo apátrida...
El poder de dominación -a diferencia del “poder” entendido como capacidad (yo puedo hacer esto)- es obligar a otros a que hagan lo que yo quiero. Esta es la gran tentación que convierte al hombre en lobo de sus semejantes: los más fuertes se aprovechan de los débiles para sus intereses egoístas, y gracias a ello, obtienen riqueza y placer sádico. Sin embargo, para obtener este poder se habrá requerido cierta justificación: la dinastía de la sangre, la elección divina, o el pretender que se protege a la colectividad y se la gobierna justamente.
La dominación se fue ampliando en extensión y en intensidad. Ha asumido diversos regímenes: la esclavitud, la servidumbre feudal, la monarquía absoluta, la oligarquía… Por ahora, la democracia representativa es el menos peor de los regímenes. En ella se supone que la autoridad dimana del pueblo y de los gobernados, y que “se manda obedeciendo”.
Hay que reconocer que en todos los regímenes ha habido gobernantes justos y sabios; pero estos han sido excepción. Líderes de buena voluntad llegan a convencerse que desde el poder resulta más fácil hacer avanzar proyectos de justicia y de civilización, por eso no extraña que incluso Jesús mismo haya sido tentado por esta posibilidad: cumplir su misión como Mesías desde el poder. Así hubiera cedido, habría respondido, ciertamente, a las expectativas mesiánicas de aquel tiempo; pero apoyado en algunos textos proféticos. Jesús llegó al convencimiento de que no era esta la Voluntad de su Padre, sino que Él quería un mesianismo solidario, que se mantuviese siempre fiel a su condición humana, sin utilizar poderes sobrenaturales, y esto implicaría el rechazo de las autoridades religiosas, el sufrimiento y la condena a muerte… aunque finalmente, el Padre Dios le haría justicia.
Ahora vemos a Jesús camino de Cafarnaúm. Conmovido, se está sincerando con los discípulos más cercanos, tratando de explicarles -a ellos y a sí mismo- las razones de esta opción… pero notaba que los que venían detrás discutían entre sí muy animados. ¡Cuánta paciencia tuvo que tener para formar a sus apóstoles! Era muy difícil aceptar este cambio de perspectivas, pues su mesianismo podría terminar en un aparente fracaso. Lo que ellos discutían, era ni más ni menos sobre ¿Quién sería el más importante entre ellos? ¿Quién tendría mayor poder?
Al llegar a su destino, Jesús dio un vuelco de 180 grados al concepto de autoridad. A diferencia de los poderosos de cualquier tiempo -que utilizan un cargo de gobierno en beneficio de sus intereses-, en su Reino futuro la autoridad habría de ser servicio de los demás.
“La política como vocación, es la más noble. La política como negocio es el más vil”. Un político de vocación es un “servidor público”, es decir, utiliza su autoridad (moral) para servir mejor al público, a la gente, mediante un Gobierno justo y eficiente. En el Reino ideal de Jesús, los políticos han de hacerse niños, tomando en cuenta que en aquellos tiempos la infancia era la edad del terror: los niños estaban totalmente indefensos; cualquiera los podía mandar y el padre mismo decidía si los aceptaba en la familia o si los vendía como esclavos. Un buen Gobierno deberá ejercerse a partir de los niños: de los vulnerables, de los que carecen de poder… tendiendo a “empoderarlos”, es decir, a crear un poder colectivo de los discriminados de la Tierra. Por parte de los gobernados, les corresponderá mayor participación y control de quienes recibieron nuestro mandato.
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La Atalaya del Centinela
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