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lunes, 12 de octubre de 2015

Curso "La Locura en lo cotidiano"


Argumento:

La caída de los referentes en el mundo contemporáneo

La modernidad, desde el siglo XV, impuso un proyecto que tenía como finalidad otorgar al hombre una racionalidad que lo llevaría a su madurez: ¡Sapere aude! Con esta sentencia se daba un paso: entender la “crítica” como herramienta y virtud universal. Con esto, la Ilustración sepultaba dos referentes: Dios y el Estado. La modernidad le había dado al yo su autonomía y la capacidad de auto-referenciarse: yo soy yo. La posibilidad de que el hombre pudiera reconocerse como un ser pensante y que no tenía más que depender de otro, le daría a este la posibilidad de convertirse en legislador; el deber ser nacería por primera vez del espíritu mismo del hombre.

La relación entre saber y verdad se fue proyectando con el paso del tiempo en el desarrollo científico, el cual hizo que todo saber fuese sostenido por un especialista. De ahora en adelante, todo requeriría de una certeza, la cual daría el psiquiatra, el médico, el pedagogo, el sexólogo, etc. Sin embargo, el ideal de la auto-referencia se ha visto cuestionado, y si el proyecto de la modernidad se truncó o fue un mito, todavía es tema de discusión. Independientemente de ese debate, la subjetividad nos ha mostrado que el campo al que había quedado reducido el sujeto, que era el de la cotidianidad, está agujereado. Tanto el discurso especializado como el del sentido común, se vuelven unarios: “Yo sólo digo que cuando utiliza una definición unaria, está empleando en realidad una des-finición, en cuanto que de-fine; esto es, impide el fin, imposibilita la conclusión…”. (Dufourt, 2006: 26). Esto lo podemos ver desde las burlas a un Presidente, que se pone las calcetas al revés y que después busca aclarar lo sucedido, hasta el hecho de que utilice la palabra Calcetagate. En ambos momentos podemos identificar lo unario. Solamente es importante aclarar que lo unario no se reduce al hecho mismo, sino que los hechos muestran un deslizamiento que se puede encontrar en un personaje –como es el Presidente– al que se le ha criticado por tomar decisiones sin sentido. Este no saber conducirse en lo cotidiano muestra una locura que antes no se había visto.

El siguiente trabajo tiene como finalidad analizar la relación entre lo unario y lo que se ha denominado psicosis fría. Es por eso que me interesa abordar el tema de la subjetividad, la locura y lo cotidiano; curiosamente un ternario anti-dialéctico que aparece en el hombre contemporáneo. Los autores propuestos para el siguiente trabajo son Heidegger, Freud, Lacan y Dany Robert Dufourt.

La paranoia como lazo social Riesgo, atribución y conspiraciones

Una regla no escrita de la psicología es que el diagnóstico clínico debe limitarse al caso desviado, al sujeto identificado como paciente ya sea por sus amigos, familiares o él mismo. La psicopatología es una disciplina que, obstinada en los signos y síntomas, limita la locura al ámbito de lo individual. Esta regla es difícil de superar, sobre todo si asumimos la verdad absoluta de los discursos provenientes de la psiquiatría más ortodoxa. A pesar de la oficialización de la locura como un fenómeno del sujeto, una mirada atenta nos permite observar que en realidad, la locura permea las relaciones más cotidianas. Diversos autores plantean las dificultades de entender el lugar que guarda el sujeto ante las complejidades y aperturas de un mundo dominado por la economía neoliberal y los medios de comunicación, utilizando términos operativos como posmodernidad (por ejemplo, Lyotard o Bauman), identidad (Maffesoli), neoconservadurismo (Urdanibia) la nueva democracia (Dufour) o estructuración (Giddens). Tal variedad de análisis no muestra otra cosa más que las dificultades de anclar el lugar del sujeto a un lugar fijo dentro de un entramado social.


Por supuesto que estas dificultades no son gratuitas y el campo de la psicopatología no se libra de ellas. Ya no podemos sostener la idea de la locura como una afección meramente individual, sino que podemos ver que personas que no están clínicamente locas participan en juegos de paranoia y delirio “organizado”, extrañamente funcional. Aunque hay cualquier cantidad de críticas al concepto de locura como una afección del sujeto individual, no nos centraremos en ellas sino en un análisis de la locura como una forma de lazo social, particularmente la paranoia y sus fórmulas de creación y concepción del riesgo en los escenarios de la sociedad comunicada. Usaremos como referente empírico las teorías de la conspiración. Para esto acudiremos a algunos modelos teóricos que surgieron en épocas distintas pero que en conjunto nos dan herramientas para entender la manera en cómo se organiza la paranoia y la percepción del riesgo para permitir una forma organizada de delirio usando como punto de partida las teorías de la conspiración. 


Inicio: Sábado 24 de octubre
Horario: 16:00 a 19:00


Costo:
El seminario tiene un costo de $2,500.00
Preinscripción: $2,000.00
Se entregarán constancias de participación con valor curricular al que cubre una participación del 90% del curso.

Descuento a grupos:
Se ofrece descuento a las personas que se inscriban en grupos
Grupos de 3 personas
Inversión: $1,750.00 c/u
Grupos de 5 o más personas
Inversión: $1,250.00 c/u

Informes e
Inscripciones:
Instituto de Filosofía, A.C.
Tel: 36 31 09 34/43 ext. 1102
difusion@if.edu.mx
skype: institutodefilosofia_ac




sábado, 10 de octubre de 2015

NEOLIBERALES, CAMELLOS ELÁSTICOS Y AGUJAS GIGANTES. Homilia Dom. 11 de Octubre




El Papa Francisco ha denunciado en varias ocasiones la injusta desigualdad económica. Los datos conocidos son escandalosos: de continuar el proceso neoliberal vigente, dentro de 10 años el 1% de la población mundial poseerá el 99% de la riqueza mundial. Un puñado de superricos (unas 6,000 personas, entre financieros, militares, políticos, líderes de las comunicaciones, del deporte y del espectáculo, etc.) controlan el mundo y constituyen un gobierno mundial. Las riquezas acumuladas por unas cuantas megacorporaciones y sus instituciones financieras imponen sus decisiones a los Gobiernos, defendidas con sofisticado armamentismo y espionaje. El principio de la maximalización de la ganancia conduce hacia efectos amenazantes: el agotamiento de los recursos naturales, la destrucción de medio ambiente y el empobrecimiento creciente de miles de millones de seres humanos. Es lo que el Papa denomina “la cultura del descarte” (se “descartan” como obsoletos millones de toneladas de productos diseñados para ser desechados, igual que se descartan centenares de millones de personas, que se quedan sin país donde sobre vivir y sin satisfacer sus necesidades más elementales). Esto, al mismo tiempo del desarrollo de impactantes “avances” tecnológicos jamás soñados; pero destinados a minorías hiperconsumistas, gracias a una tecnología diseñada para prescindir del trabajo humano: grandes masas en calidad de “descarte”.

Toda esta maquinaria (que podría calificarse de “infernal”) cobra autonomía, como en el legendario Frankenstein que mata a su creador. Quienes se encuentran identificados con ella se convierten en servidores suyos, sin que nadie pueda hacer nada para desmontarla. El Capital mundial se ha convertido en un ídolo cruel, que exige el sacrificio humano por hambre o por las armas, y lo que es peor, exige el sacrificio de la propia conciencia. Este “rico” es incompatible con el Evangelio, que busca fraternidad y justicia; entre Dios y el sistema de ganancias actuales hay incompatibilidad radical.

En tiempos de Jesús: Israel conservaba su vocación inicial fraguada en el desierto, con sus estructuras fraternas (las tierras volvían a sus propietarios originales…). Pero con las Ciudades, deudas e impuestos despojaban a los campesinos de sus tierras. Un “rico” urbano era un saqueador. Como decían los Santos Padres, “en el origen de los grandes capitales hubo siempre rapiña”.

 Esto escandalizó a los apóstoles –“¿Entonces quién puede salvarse?”-. Los ricos eran visto como los justos, mientras que los pobres estaban hundidos en sentimiento de culpabilidad, como “impuros”. También hoy, son la “gente decente”, con su peculiar “moral”, que intenta justificarse con interpretaciones forzadas de camellos elásticos y agujas gigantes. Por eso, Jesús pide a sus seguidores el desprendimiento de la propiedad individual, y trabajar por un nuevo proyecto de economía solidaria, en el que se recuperen “casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras”. Obviamente, esto no podrá darse, más que “con persecuciones”, pues los ricos se sentirán amenazados, ya que no los podrán explotar, y tratarán de deshacerse de ellos.

El joven rico de hoy llevaba, ciertamente, una vida “moral”; tenía su concepción de lo bueno y lo malo según la moralidad vigente, lo convencional (los “mandamientos”). Jesús lo remite a otra perspectiva ética fundamentada en lo absoluto, que sólo lo es Dios y el pobre, y no los principios de la Economía de mercado, publicitados como sagrados e inmutables. Desde allí, los “negocios” deben juzgarse desde esta dimensión ética, que no suele tomarse en cuenta. Allí Dios no tiene qué ver, como dijo Job Bush sobre el Papa: “para cuestiones económicas no voy a misa, no le pregunto al sacerdote… o al Papa”.

Pero Jesús no se cierra totalmente a personas ricas: “Para Dios nada es imposible”. Hay ricos que han sido muy importantes en la construcción del Reino: tienen formación, contactos, capacidades.

Sólo queda, pues, o el proyecto de la maximalización de la ganancia, que lleva a la muerte y al exterminio, o el proyecto de Dios, el de la fraternidad construida desde los desposeídos, de renuncia a intereses particulares para recuperarse en una economía solidaria, enriquecida de lasos compasivos más profundos que los de la sangre. ¿Somos cómplices inconscientes de este proyecto de muerte o intentamos entrar en el proyecto de Vida, el de Dios?

Te invitamos a seguir el blog del P. Enrique Marroquín, CMF.
La Atalaya del Centinela